PLAN B


Tarde con el viejo. Comemos en Bembos. Quiero guardar la oscuridad de su rostro, ese velo de sombra tenue que le daba la ventana.

Veía las marcas. Pronto mi frente tendrá rayas, marcas, caminos de piel. Veo al viejo. Me explica que uno deja de ser muchacho cuando muere su padre.

Pensamos en el abuelo. Yace enterrado en el Norte. El norte está demasiado lejos y papá me cuenta que lo piensa a diario. El Norte está lejos, pero el abuelo flota en él.

Me gustan las papitas del Bembos. Es la primera vez que como en un Bembos. Generalmente cuando tengo dinero me compro libros, o como algo, es decir, lo despilfarro. Soy un desordenado.

Sin mi pasión me sentiría en la ruina. Soy un desordenado. Me gustan las papitas. Delgadas y bien fritas. Como despacio, respirando hondo, porque generalmente cuando como algo lo hago tan rápido que me ahogo. Entonces respiro, siento la lechuga.

Está fea la lechuga. Prefiero la carne. O el tozino encolchado en el queso. Lo como lento. Mi papá baja y trae en dos frasquitos las cremas: ají amarillo y mayonesa. Hunto mayonesa. Me costó demasiado entrarle al gusto de la mayonesa.

Me dice que recién empezamos a ser hombres cuando nuestro padre muere. Me dice que tenga un Plan B. Que aspire a tener dinero. Que de ese modo podre tener manera de pagarle un almuerzo así a alguien. O podré juntar y de repente, en el futuro, cuando vuelva con B. comprarnos una casa.

Pienso en mi plan B. Y solo se me ocurren palabras. Entonces proceso a llorar. Lloro y lloro y después me limpio y escribo este recuerdo. Los ojos de mi padre. La ventana. El sol. Hoy apareció un aro de colores alrededor del sol.

Se acercan extraordinarios días. No siempre seré joven.

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