Luis Cernuda

Luis Cernuda hablaba de la realidad y el deseo, del encuentro entre los deseos y la azarosa realidad, que no tiene medida ni orden, solo sucede no bien abrimos los ojos ya estamos ahí, en ella, en el "ello", y ese encuentro, es la roca dura contra la que se arroja el aire de lo que uno observa.Tal vez. Luis Cernuda es un libro grueso de tapa dura azul con la foto de un rostro de joven con bigotitos pequeños. Es también la voz de alguien perturbado en la orilla propia de su fantasía y su deseo.
Reviso mis viejos cuadernos de apuntes líricos y encuentro esto: "Martín Adán no existía: solo el sueño de creer su propio punto de vista, que es el sueño con el que se desarrolla a fondo la identidad y dónde yace también la paranoia.
Ayer me encontré con un muchacho, Luis Cernuda. Te lo cuento porque creo que la voz de tus poemas te hacen mi amigo, un amigo cercano, es una voz que me recuerda a la mía propia y en la que leyéndote me leí demasiado y aprendí. Creo que tenemos hermanos en todos lados, pero no lo sabemos, ahí en ese bosque inmenso que es la palabra escrita en papeles hay familiares que vamos descubriendo: hermanos no de sangre sino de sentido de vivir.
Por ejemplo, antes consideraba mi pata a Jaime Sabines. Ahora ya casi ni lo leo. Te cuento que cierta vez, después de una fiesta de quince años en casa, y haber bebido más de la cuenta y causado una serie de estragos, me quede solo con un botellón de vino y tomándola me puse a leerte. Por cierto, que esos días la pasaba mal, tenía una profunda depresión, me sentía rechazodo por todos, y la luz que buscaba era la gris clara que me permitiera escribir, o escribirme o leer, de ese modo continuaba dándole un sentido a mi vida.
Este es el encuentro, esto lo resume todo, es la intimidad donde se despliega la poesía. Ahí es dónde nos explica o nos embarga, donde la rechazamos o la hacemos nuestra.
Te compré en una vieja librería en el ojo de un barrio peligroso, allá por La Victoria y que era dirigida por un viejo poeta. Tenía los ojos muy brillantes y solía mostrarme unos trípticos de plástico de su primera publicación. Suelo comprar libros para llenar vacíos.
Cuando no puedo con mi angustia voy a una librería y compro algo. Un personaje de una novela de Hermán Melville se lanzaba al mar: yo voy a una librería. Esa vez te compre. Todos tus poemarios y tus pensamientos poéticos. Los leí en medio de una ebriedad y confundido al encontrarme en tus ojos. Tus ojos son claros, como la de los amigos, en ellas se puede uno encontrar a sí mismo. Eso me sucedía. "No es el amor el que muere: morimos nosotros" Te escribo un domingo, mientras almuerzo arroz, choclo, papa y pollo. Menciono la comida porque quizás, como pensaba Virginia Woolf, todo interviene en nuestro entendimiento de las cosas: desde lo que comemos hasta lo que vestimos. Te llevé a casa leyendo tus poemas de muchacho, esos donde das pinceladas del cielo y después al ver el cielo, aquella vez me acuerdo que en el bus viajaba a ver a M., y el cielo estaba precioso, de un púrpura increíble. Eso aprendí leyéndote: a ver. a espaciar la mirada del tráfico de ideas, idas y desordenes. Porque, según tus propias palabras, son los poetas los únicos que ven el mundo O que se detienen. Me acuerdo que Roberto Juarroz explicaba lo mismo "hay que detenerse" Me perdí en tus palabras, que son las del que entiende su propio límite, el circuito que cierra la mente y cómo eso degolla, o engrandece.
La idea de realidad y deseo me sumergió en una incognita. Era mentira la realidad que suelo ver, la más subjetiva, la que tengo en mí y que casi nunca contrasta con el corazón de otros hombres, o era simplemente subjetividad, armadura que le ponemos a las cosas para desviar de nosotros otras tragedias. El arte como una venda que ayuda a ver mejor o a olvidar otros asuntos. Como una fuga.
Anoche, Cernuda, hablaba con dos amigos. A uno lo conozco desde la infancia, fuimos descuidadamente felices en la adolescencia. El otro era amigo del amigo, un muchacho que, a su vez, es músico y compone. Este muchacho me recordó mucho a mí mismo: en esas épocas en que sentía que todo era contra mí, que siempre deseaba manifestarme, tal vez ahí se encierre cierto deseo que hace que la gente escriba, o sea, se escriba a sí mismo, se dibuje, brote y salga de los límites heredados, donde mentalmente hay barreras, se debe huir; entonces viéndolo, todo joven y flaco y soñador, explicando como Bowie le dio una lección de humildad pensé en mí mismo explicando a mis amigos como los autores que había leído habían cambiando para siempre mi vida.
Supongo que en algunos sucede eso. Pero yo a veces me recuerdo de niño haciendo cosas, las mismas que ahora hago. Y las formas de sentir me llevan a pensar en la realidad y el deseo, en la desolación de la quimera, en la soñada coherencia. Tal vez solo sea tu intuición la que habla ahora y me usa como puente, vehículo para dejar pase a una verdad más luminosa. Yo creo que los poetas son los que pueden ver esos intersticios de luz y sombras, el poeta es un animal que vive de la realidad, porque sin ella no tuviera aspiración de ser. La realidad generalmente se presenta como caótica y carente de sentido. O vacía, en muchas visiones del oriente, por ejemplo. Vacía de sentido, de cosas, y entonces a uno se le da por rechazar la realidad y escribir u ordenarla. Yo no quiero ordenarla ni ordenar la de nadie, me basta mi gozo entre las palabras que se abren y abren a su vez el mundo, pero ese mundo está inmerso en nosotros, porque -como ayer explicaba Octavio Paz- nosotros somos lenguaje, el lenguaje forma la identidad.
En esa ruta, la división tuya es la de alguien que no dejo de lado su sensibilidad. El pájaro azul que brota en tus versos vive ahora en mí. Y como uno extraña a los amigos, a veces es inevitable llegar a ti y leerme.

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