Crónica del Homenaje a Oswaldo Reynoso

Homenaje a Reynoso
-cuando un autor muere en el Perú-



Porque una lengua hablará por tu lengua.
Y otra mano guiará a tu mano
si te quedas en mi país.

Enrique Verástegui, autor

Cuando pienso en la literatura de mi país recuerdo aquellas páginas embrujadas de La Ciudad y los Perros, y la silla roja, repleta de polvo y con un telaje ralo, en la casa de mis abuelos donde me senté cierta tarde después de las horas del colegio; y llega entonces, como un vientecito que sacude la maraña de formas y sensaciones que era yo entonces y aparece luz de aquel cuarto donde lanzando un dado se sometía el destino de un grupo de muchachos.
Estaba mutando, magia fantástica de las letras que nos permiten ver y re ver el mundo desde sus signos y latidos. E ir, en ese viaje, a lo esencial, que es lo divino y humano.
Es una sensación física. Pues la literatura es vida. Y aquella edición preciosa de Alfaguara. La sala oscura, y la luz clara de los inviernos en Lima. Luego ya entendería -por educación sentimental- que los escritores y poetas nacionales son una sarta de tercos, una tribu de masoquistas, un puñado de héroes.
Ayer, precisamente, mientras los aplausos llenaban el bar Don Lucho, cerca de Plaza San Martín, y se desvelaba el papel marrón que cubría el cuadro del escritor Oswaldo Reynoso -de rostro tierno e implacable, justo a una lámpara maravillosa-
asumía esa constancia: el destino de los escritores de mi patria es acumular su mensaje en los margenes de la sociedad, en donde precisamente sueñan los hombres y mujeres sus delirios, que acaso, por largos o breves momentos, los hacen libres e inconmensurables.
Llegué temprano, a la hora del silencio de los bares como sugirió un amigo. Cronwel Jara y John Martinez conversaban de las ferias del libro en una mesa. Pregunté si me podía sentar y dejé mi galleta San Jorge en la mesa, la abrí cuan largo era la envoltura roja y la ofrecí. Y luego estuve cuando se clavó el cuadro, y las mesas se fueron poblando de muchos poetas, músicos, psicólogos, artistas, entre otros tantos. Los árboles que oxigenan el pensamiento nacional, por decirlo de forma cursi.
Esa misma tarde, para abrirme un rato el apetito de la obra de Reynoso bajé a Amazonas y compré Los Inocentes, ("el más cómodo" le pedí al librero pensando en los piscos que quería invitarle a una amiga que nunca llegó) versión pirata y de 3 soles. Edición con fotos sin color de parroquianos bebiendo en las cantinas, imagino que travesura de uno de sus ingeniosos editores.
Mientras caminaba por Lima abría algunos pasajes e iba contrastando la visión del autor con la Lima de ahora. Ya los semáforos no tenían "bolas de billares", sin embargo, en Plaza San Martín, todavía se seguía derramando, salvaje y dorado, el sol y, los amigos y los que "quieren vivir al límite" todavía siguen frecuentando los bares, donde, gracias a la cebada pueden "sincerarse".
Maynor Freyre, horazeriano y narrador de pura cepa, tomó la palabra contando aquellas reuniones en el Palermo, cuando los interesados en los temas intelectuales bajaban con ánimos de tomarse una cerveza y debatir hasta el hartazgo; y pareció que un aire añejo atravesó las mesas y sillas de madera del Bar Don Lucho. Nos habló de cómo Reynoso, un joven escritor arequipeño, llegó a la ciudad de Lima e impuso una narrativa desde sus margenes, dándole voz a una serie de personajes que no existían dentro de las letras peruanas. "Yo he venido a desahuevar la literatura" El respeto de la sala era total y solemne como un amante que pide perdón y se desespera. El cantautor Piero Bustos, de lentes y pelo largo e indómito y pelícano, entonó la Internacional mientras algunos aplaudían, y otros sonreían. Llegaban otros autores. Por ahí, una muchacha de lentes enjuta y extraviada buscando a sus amigos; un poeta furtivo que se paró delante de la rockola; un hombre que me contó- ya ebrios- que su hijo era autor de un libro y luego me llevó hasta la entrada del bar y me lo regaló.
Luego de las palabras de homenaje -la del sobrino de Reynoso, expresaron, entre otras cosas, que la esencia de la literatura de Oswaldo fue buscar la libertad y nunca perdió aquella inocencia ("y que cuando estén muy mareados, ya botando la espumita del vaso, digan salud y lo recuerden)- empezaron las lecturas de mano en mano con el libro Los Inocentes abierto. Fernando Carrasco dio el inicio, a los que continuaron entre otros Miguel Ildefonso, Maynor Freyre, Cronwel Jara, Zoyla Capristan, entre otras figuras destacadas de las letras.
Más aplausos royeron el ya repleto salón del bar Don Lucho y las hurras llenaron los pulmones de todos. Como lo siguiente era la bebida y la conversa, el mozo Ciro enchufó la rockola y empezaron a sonar -no sin que antes chirrié la aguja en el vinilo-los boleros de la época de mis abuelos, que siempre enamoran, y las canciones de José José.
A la mesa donde estaba, llegó el poeta Eduardo Borjas -autor del librazo Trendelemburg-, Moisés Azaña-poeta de quién leí su libro sobre una casa en la Biblioteca Nacional-, Moisés Vargas (pronto a publicar un libro de relatos que revolucionará las letras), los muchachos de Estirpe Etérea, Alex y Joseth, que regalaron sus plaquetas a los amigos. El famosisimo Felipe Revueltas contandonos de las últimas entrevistas que le hizo al autor, semanas antes de su muerte.
La cebada ya estaba, helada y dorada, en la mesa. Y mirando los vidrios verdes pensaba que las cervezas de estas noches no eran azules.
Por ahí también rondaba Carlos Rengifo, autor de quién leí en las épocas de preparación académica sus prosas impúdicas que también son apátridas y de una obra de no sé cuántos títulos, y, por ahí, zigzagueando entre el humo y las mesas, también divagaba Willy Gomez, autor de Construcción Civil, que contó sobre sus talleres, el uso y conocimiento del lenguaje como fundamental en la poesía, y empezó a corregir los poemas de los muchachos. Era una fiesta. No estábamos ya en el Palermo, era otro tiempo, otra coyuntura: el presente.
Fue entonces cuando Maynor Freyre ocupó la mesa y nos dijo "en ustedes está hacer el nuevo pensamiento literario, las nuevas palabras y aquí está Reynoso con nosotros, salud" Y yo me acordé de las palabras del libro que compré, que justamente decían: "cuando la vida te golpee, comprenderás que todos los hombres que vivimos intensamente guardamos un secreto. Puede ser una mujer o tal vez... no sé. Pero lo guardamos aquí, Carambola, en el corazón. Y hay días que el corazón pesa demasiado y parece que reventará y entonces hay que liberarse y se juega o se toma hasta quedar borrachos" Y que por vergüenza mía, no leí.


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